Marcos Pérez Esquer
Molesto por las opiniones adversas que los embajadores de los Estados Unidos y de Canadá vertieron respecto de la reforma judicial, el presidente López Obrador decidió poner en pausa la relación con ambas embajadas.
No queda claro qué implica eso de pausar una relación diplomática; no es una figura del derecho internacional, ni de la diplomacia, pero hace pensar en una suerte de distanciamiento -que no rompimiento- provocado por algún desencuentro.
Ya lo había hecho antes en un par de ocasiones. En diciembre de 2022 pausó la relación diplomática con Perú, al considerar a la presidenta Dina Boluarte como ilegítima, y antes, en febrero de 2022, cuando también puso en pausa las relaciones entre México y España; en esa ocasión porque el Rey Felipe VI no accedió a pedir disculpas por los abusos cometidos durante la conquista.
En un nuevo arrebato de necedad, ahora lo hace con las embajadas de nuestros socios del T-MEC, y lo hace cayendo en una evidente contradicción: por un lado, se queja de que las opiniones de los embajadores, que transmiten sus preocupaciones por la reforma judicial, constituyen una intromisión indebida en los asuntos internos de México, pero por otro lado, cuando pausó las relaciones con Perú, lo hizo entrometiéndose en los asuntos internos de aquel país, al calificar temerariamente de usurpadora a su presidenta.
Si a lo anterior sumamos el enfriamiento de las relaciones con Ecuador, resulta ser que el presidente ha pausado las relaciones con cinco países; entre ellos, nuestros dos principales socios comerciales, y la madre patria. Pero lo que más llama mi atención es la capacidad que ha mostrado para mantener en pausa a una gran parte de la ciudadanía.
En buena medida, durante todo este sexenio, México ha tenido una sociedad pausada, inactiva, indiferente. No sé si por temor, por desinformación, o por hartazgo, pero durante este tiempo han ocurrido cosas que en otro momento habrían hecho levantar la voz de miles, y que ahora pasan casi desapercibidas.
La militarización de la seguridad y de muchos otros temas, el ecocidio del Tren Maya, el aumento del 25% en el precio de la gasolina, los niveles nunca antes alcanzados de homicidios y desapariciones, la corrupción en Segalmex, o la de los hijos del presidente, la captura de las autoridades electorales, la descalificación de las organizaciones de la sociedad civil, la persecución de opositores, científicos, feministas, ambientalistas, y periodistas, el desmantelamiento del sistema de salud, el agandalle de las cuentas de afore de las personas más grandes, la falta de medicamentos, el fiasco de la mega farmacia, o el del AIFA, o el de Dos Bocas, la opacidad en los programas sociales, los ataques a los padres de niños con cáncer, la propuesta de reforma judicial, o la de eliminar los organismos autónomos, o la de acabar con la transparencia, etc., etc., etc.
En otro tiempo, cualquiera de estos temas, habría desatado copiosos reclamos, manifestaciones y críticas, pero hoy, la mayoría de los mexicanos están pasmados, adormilados, en pausa, permitiendo que el gobierno haga con ellos y con su país lo que le venga en gana, sin reaccionar.
Todo esto me trae a la memoria aquel famoso y perturbador performance realizado por la artista Marina Abramovic conocido precisamente como el “Experimento Abramovic”. Allá por 1974, esta artista reveló la oscuridad del alma humana cuando se sometió durante seis horas -sin reaccionar en absoluto- a toda suerte de vejaciones que los transeúntes quisieran hacerle. Solo se quedó inmóvil en un lugar público, colocó varios objetos a su alrededor, entre los cuales había flores, perfume, plumas, pintura, alimentos, pero también navajas, barras de hierro, tijeras y hasta una pistola, con un letrero de instrucciones que decía “Pueden hacerme lo que quieran, soy un objeto; me hago responsable de lo que pueda ocurrir”.
Al principio, la gente solo la besaba y le colocaba flores en el pelo, pero conforme avanzaron las horas, las personas empezaron a pintarla, golpearla, cortarla, vejarla; todo se salió de cauce. A las seis horas, en cuanto “volvió a la vida”, el público agresor salió huyendo tan solo al verla reaccionar.
Hoy en México tenemos una “sociedad Abramovic”, una población que no reacciona ante la agresividad gubernamental, una ciudadanía impertérrita incapaz de exigir resultados y de defender sus derechos, sus libertades, y su democracia.
Oficialmente, el performance de Abramovic se tituló “Rhythm 0”, o “Ritmo cero”. Se trataba de bajar el ritmo de reacción a cero, a nada. La ciudadanía mexicana está hoy también en un ritmo cero. Urge su despertar, para que los agresores huyan.