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Defender las redes, defender la democracia

por Víctor Hugo Celaya

Por Victor Hugo Celaya Celaya

La irrupción de las redes sociales en la vida política, económica y social, tanto en México como en el resto del mundo, marcó un antes y un después a partir, aproximadamente, del año 2008.

Sin embargo, su auge más visible y transformador se consolidó entre 2010 y 2012.

Fue entonces cuando plataformas como Facebook, Twitter y YouTube dejaron de ser meras herramientas de comunicación para convertirse en poderosos medios masivos de interacción, participación y organización social.

En las últimas dos décadas, la relevancia de estas plataformas —hoy dominadas por X (antes Twitter), YouTube, Facebook, Instagram y TikTok, entre otras— no ha hecho más que crecer, permeando tanto la esfera pública como la privada.

Su uso se ha vuelto omnipresente, especialmente entre la población joven. Según datos del INEGI para 2023, el 81.2% de la población mexicana de 6 años o más utiliza internet (97 millones de personas), y de estos usuarios, un impresionante 91.5% accede a redes sociales.

El grupo de edad con mayor penetración es el de 18 a 24 años, con un 96.7% de usuarios, quienes además dedican un promedio de 5.9 horas diarias a navegar en la red.

Esta adopción masiva no ha pasado desapercibida para la clase política; líderes y gobiernos, tanto en México como globalmente, las utilizan de forma constante como un canal expedito y directo para fijar posturas, comunicar decisiones y ventilar los asuntos públicos de sus agendas.

El fundamento constitucional: la libertad de expresión en juego

En México, esta omnipresencia digital ha avivado un debate fundamental: ¿deben ser controladas estas plataformas? La discusión choca directamente con el Artículo 7o. de nuestra Constitución, pilar de la libertad de expresión en el país.

Este artículo, concebido originalmente para proteger a la prensa escrita, establece de manera inequívoca:

“Es inviolable la libertad de difundir opiniones, información e ideas, a través de cualquier medio. No se puede restringir este derecho por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares, de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas o de enseres y aparatos usados en la difusión de información, o por cualesquiera otros medios y tecnologías de la información y comunicación tendientes a impedir la transmisión y circulación de ideas y opiniones. En ningún caso podrá secuestrarse la imprenta como instrumento del delito”.

La interpretación judicial y académica predominante sostiene que la frase “a través de cualquier medio” y la mención explícita a “cualesquiera otros medios y tecnologías de la información y comunicación” extienden esta protección, sin lugar a dudas, al ámbito digital, incluyendo las redes sociales.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha reiterado la doble dimensión de este derecho: una individual, que protege la capacidad de cada persona de manifestar su pensamiento por cualquier vía apropiada, y una colectiva o social, que garantiza el derecho de la sociedad a recibir información y conocer el pensamiento ajeno, elementos esenciales para la deliberación democrática.

Cualquier restricción, por tanto, debe superar un estricto escrutinio: estar prevista en ley, perseguir un fin legítimo reconocido por la Constitución y los tratados internacionales (como la protección de la moral, la vida privada, los derechos de terceros, la prevención del delito o la seguridad nacional) y ser necesaria y proporcional en una sociedad democrática, prohibiéndose explícitamente la censura previa.

El debate regulatorio: la iniciativa federal y la sombra de la censura

Es en este complejo marco donde se inscribe la reciente iniciativa del Ejecutivo federal mexicano, presentada en abril de 2025, que busca reformar la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión.

Esta propuesta, que rápidamente generó una intensa controversia, contempla la creación de una nueva Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT).

Dicha agencia, dependiente directamente del Ejecutivo, asumiría funciones del extinto Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) —un órgano autónomo creado en 2013— y acumularía amplias facultades sobre el sector.

Entre ellas, se contaría la capacidad de otorgar, revocar y renovar concesiones del espectro radioeléctrico, supervisar emisiones, contenidos y publicidad, e incluso asignar espectro sin contraprestación a dependencias del ejecutivo para fines de cobertura social.

El epicentro de la polémica reside en el Artículo 109 de la iniciativa.

Este artículo facultaría a la ATDT para solicitar el “bloqueo temporal” de plataformas digitales —incluyendo redes sociales, servicios de mensajería y sitios web— ante el incumplimiento de disposiciones normativas, sin requerir una orden judicial previa.

Las causas exactas para estos bloqueos no se definen claramente en el texto inicial, lo que desató alarmas sobre un posible uso arbitrario y discrecional de esta facultad, abriendo la puerta a la censura.

Críticos, incluyendo legisladores de oposición y organizaciones de la sociedad civil como la Red en Defensa de los Derechos Digitales (R3D), bautizaron la iniciativa como la “ley censura”, argumentando que otorgaría al gobierno un poder excesivo para silenciar voces disidentes o controlar el flujo de información en línea.

Otras disposiciones de la iniciativa también generaron preocupación, como la propuesta de multas de hasta el 5% de los ingresos a concesionarios que transmitan propaganda de gobiernos extranjeros (salvo fines culturales o turísticos), la creación de un registro obligatorio de usuarios de telefonía móvil (Artículo 8), y la facultad de realizar “apagones” de internet regionales por razones de seguridad pública (Artículo 161).

Ante la avalancha de críticas, la Presidencia ordenó frenar la aprobación acelerada de la ley para revisarla.

El Senado, por su parte, decidió posponer la discusión y programar un análisis más exhaustivo, incluyendo conversaciones con expertos y actores involucrados, con la posibilidad de modificar o incluso eliminar el controvertido Artículo 109.

Si bien, algunos defensores de la iniciativa argumentaron que buscaba proteger la soberanía nacional o combatir el uso de redes por el crimen organizado, la percepción mayoritaria, incluso dentro del partido gobernante, reconoció la necesidad de ajustar la redacción para evitar ambigüedades y proteger las libertades fundamentales.

Mirada al exterior: ¿Cómo regulan otros?

El desafío de regular las redes sociales no es exclusivo de México. A nivel internacional, los enfoques varían considerablemente, reflejando distintas culturas políticas y prioridades:

  • Unión Europea: Ha adoptado un enfoque proactivo y centrado en la protección de datos y la responsabilidad de las plataformas. El Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) establece normas estrictas sobre el manejo de datos personales, mientras que la Ley de Servicios Digitales (DSA, por sus siglas en inglés) impone obligaciones a las plataformas (especialmente a las más grandes) en cuanto a moderación de contenidos ilegales, transparencia algorítmica, publicidad dirigida y gestión de riesgos sistémicos como la desinformación. La DSA mantiene un régimen de responsabilidad condicional: las plataformas no son responsables por el contenido de terceros, pero deben actuar rápidamente (“Notice and Action”) una vez notificadas de contenido ilegal para mantener esa protección, enfrentando multas significativas por incumplimiento.
  • Estados Unidos: Prioriza históricamente la libertad de expresión, consagrada en la Primera Enmienda. La Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones (CDA) de 1996 ha sido clave, otorgando una amplia inmunidad a las plataformas frente a la responsabilidad por el contenido publicado por terceros y protegiendo sus decisiones de moderación de “buena fe”. A diferencia de la DSA, la Sección 230 no condiciona esta inmunidad a la acción tras una notificación. Sin embargo, esta inmunidad es objeto de un intenso debate y propuestas de reforma ante preocupaciones sobre desinformación, contenidos dañinos y el poder de las grandes tecnológicas.
  • China: Mantiene un control estatal férreo y una censura sistemática sobre internet y las redes sociales. Las plataformas operan bajo estrictas directrices gubernamentales, obligadas a monitorear y eliminar contenido considerado sensible o contrario a los intereses del Partido Comunista, y a colaborar activamente con las autoridades.31 La prioridad es el control de la información y la opinión pública.
  • América Latina: La región se encuentra en una fase de transición regulatoria. Si bien existe una tendencia creciente hacia la adopción de leyes de protección de datos personales (inspiradas en parte por el RGPD europeo), la regulación de contenidos es menos uniforme y a menudo más reactiva. Prevalecen los debates sobre cómo equilibrar la libertad de expresión con la lucha contra la desinformación y el discurso de odio, en contextos a menudo marcados por la polarización política y la fragilidad institucional.

Esta comparativa, evidencia la tensión global entre distintos modelos: el enfoque europeo más regulatorio y centrado en derechos y responsabilidades; el estadounidense, más liberal y enfocado en la inmunidad de las plataformas; y el chino, de control estatal absoluto.

México, como otros países latinoamericanos, busca su propio camino en este complejo panorama.

“Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

VOLTAIRE.

El impacto multifacético de las redes en México

Más allá del debate regulatorio, es innegable que las redes sociales han reconfigurado profundamente la sociedad mexicana en múltiples dimensiones:

  • Política: Han transformado la comunicación entre ciudadanos y poder, facilitando la movilización social y la organización ciudadana para visibilizar causas y exigir rendición de cuentas. Movimientos como #YoSoy132 en 2012 demostraron su potencial para canalizar el descontento y articular demandas ciudadanas fuera de los canales tradicionales. Sin embargo, esta misma capacidad las convierte en terreno fértil para la desinformación, las campañas de odio, la manipulación electoral y la exacerbación de la polarización política. Ejemplos de desinformación en elecciones mexicanas incluyen la difusión de supuestos fraudes basados en irregularidades aisladas, ataques a autoridades electorales, o la propagación de rumores y noticias falsas vía WhatsApp y otras redes, a menudo amplificadas por bots y trolls. Estudios académicos confirman la correlación entre el uso de redes sociales y la polarización afectiva en México.
  • Económica: Son herramientas esenciales en el ecosistema de negocios digitales, impulsando el marketing, las ventas en línea, el emprendimiento y la creación de nuevos empleos. Han democratizado parcialmente el acceso al mercado para pequeñas empresas. No obstante, también han contribuido a una enorme concentración de poder económico en unas pocas plataformas tecnológicas globales, generando debates sobre competencia justa, tributación y el uso (y abuso) de los datos personales como modelo de negocio. (Aunque datos específicos sobre el PIB o empleo generado por la economía de plataformas en México son escasos en las fuentes consultadas, su relevancia económica es indiscutible).
  • Social: Han revolucionado la forma en que nos comunicamos, nos informamos y participamos en la vida pública. Fomentan la diversidad de voces y permiten la creación de comunidades en línea. Pero este cambio no está exento de costos: la intensificación de la polarización social, el aumento del ciberacoso y el discurso de odio (un 67% de los internautas globales lo ha encontrado en línea), la erosión de la privacidad y crecientes preocupaciones sobre el impacto en la salud mental, particularmente en los jóvenes, quienes pueden enfrentar mayores riesgos de ansiedad, depresión o problemas de imagen corporal asociados al uso intensivo de estas plataformas.

Es crucial entender que las redes sociales actúan como un potente amplificador. No inventan la movilización, la desinformación o la polarización, fenómenos con raíces históricas profundas, pero sí magnifican su alcance, velocidad e impacto.

La viralidad, los algoritmos de recomendación y los efectos de red transforman la escala y la naturaleza de estas dinámicas sociales y políticas, haciendo que las soluciones requieran abordar no solo el contenido problemático, sino los mecanismos estructurales de las propias plataformas.

Navegando el futuro: Hacia un ecosistema digital responsable

El gran desafío, entonces, es encontrar un equilibrio viable entre la libertad inherente al espacio digital y la responsabilidad necesaria para mitigar sus riesgos.

¿Cómo aprovechar el potencial democratizador de las redes sin sucumbir a sus peligros? Las propuestas giran en torno a varios ejes clave, buscando construir sobre los derechos fundamentales que la propia Constitución consagra: libertad de expresión, derecho a la información y protección de la privacidad.

  • Educación Digital Crítica (Alfabetización Mediática e Informacional – AMI): Es fundamental dotar a la ciudadanía, y en especial a las nuevas generaciones, de las herramientas para navegar el entorno digital de forma ética, crítica y segura. Esto implica fomentar el pensamiento crítico para evaluar la información, identificar noticias falsas o sesgadas, comprender los mecanismos de funcionamiento de las plataformas (incluyendo algoritmos y recolección de datos) y proteger la privacidad personal. En México existen iniciativas en este sentido, impulsadas por organismos como el IFT (con cursos para diversos grupos), la Red AMI México (que agrupa a UNESCO, universidades, sociedad civil como SocialTIC y medios públicos como el IMER), e incluso programas gubernamentales piloto previos. Sin embargo, la escala del desafío requiere esfuerzos mucho más amplios y sostenidos para cerrar la brecha digital y de conocimientos, ya que la falta de habilidades sigue siendo una barrera importante para el acceso y la conciencia sobre riesgos como la recopilación masiva de datos es aún baja.
  • Regulación Democrática y Transparente: Se necesita un marco legal que aborde los desafíos específicos del entorno digital, pero siempre anclado en los derechos humanos y los principios democráticos. Esto incluye regular aspectos como la transparencia de los algoritmos de recomendación y moderación, la publicidad política en línea, la protección efectiva de datos personales y la definición clara de responsabilidades para las plataformas ante contenidos ilegales. Organizaciones como R3D insisten en que cualquier regulación debe ser precisa, evitar facultades discrecionales que faciliten la censura, respetar el debido proceso y la supervisión judicial, y cumplir con los estándares internacionales de necesidad y proporcionalidad. Las iniciativas para promover la transparencia algorítmica, aunque necesarias, han enfrentado obstáculos políticos y técnicos en México.
  • Libertad de Expresión con Responsabilidad: El objetivo es proteger la libre circulación de ideas, incluso aquellas que incomodan, pero estableciendo mecanismos eficaces para combatir expresiones que cruzan límites legales claros, como la incitación a la violencia, el discurso de odio discriminatorio o la difamación, siempre bajo criterios definidos legalmente y con garantías procesales.
  • Fomento al Periodismo Digital Independiente: Apoyar modelos sostenibles para el periodismo profesional en el entorno digital es crucial para contar con fuentes de información confiables que actúen como contrapeso a la desinformación y la propaganda.
  • Participación Ciudadana Digital Constructiva: Más allá de la protesta, las plataformas pueden y deben ser espacios para el diálogo cívico, la consulta ciudadana y la transparencia gubernamental, si se diseñan y utilizan con ese propósito.
  • Autorregulación Ética: Si bien existen códigos de ética voluntarios, como el promovido por PROFECO para el comercio electrónico, su aplicabilidad y eficacia para los complejos desafíos de las redes sociales (desinformación, polarización, moderación de discurso político) son limitadas si carecen de mecanismos robustos de supervisión y rendición de cuentas.

El principal obstáculo, sin embargo, suele ser la brecha entre la propuesta de soluciones y su implementación efectiva.

La alfabetización digital requiere recursos masivos y estrategias pedagógicas innovadoras.

La regulación enfrenta resistencias políticas y el lobby de poderosos actores tecnológicos.

La transparencia algorítmica choca con secretos comerciales y complejidad técnica.

El periodismo independiente lucha por sobrevivir económicamente. Y la autorregulación a menudo carece de dientes.

Superar esta brecha exige voluntad política sostenida, colaboración multisectorial genuina y mecanismos de cumplimiento efectivos.

El reto colectivo en la era digital

En menos de dos décadas, las redes sociales han reconfigurado el tejido social, político y económico de México de manera irreversible.

Nos enfrentamos a una encrucijada: ¿cómo maximizar su innegable potencial para la conexión, la información y la participación ciudadana, sin caer en las trampas del control, la manipulación y la fragmentación social?

La respuesta no reside únicamente en las autoridades o en las propias plataformas tecnológicas.

Como sociedad, compartimos la responsabilidad de construir un ecosistema digital más saludable.

Requiere de ciudadanos informados y críticos, de educadores comprometidos con la alfabetización mediática, de plataformas que asuman su responsabilidad ética y social más allá del beneficio económico, de una sociedad civil vigilante y propositiva, y de un marco legal que proteja las libertades fundamentales sin ingenuidad ante los riesgos.

Los jóvenes, principales navegantes de este océano digital, tienen un papel protagónico, pero el desafío nos concierne a todos.

¿Lograremos forjar un entorno digital que fortalezca nuestra democracia, fomente el entendimiento mutuo y nos impulse hacia una sociedad más justa? ¿O permitiremos que las fuerzas de la polarización, la desinformación y el control definan nuestro futuro conectado? La respuesta la estamos construyendo —o destruyendo— día a día, clic a clic, en la vasta red que ahora habitamos.

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